Disbabelia (Volume 9 – Année 2004)

ISBN: 84-8448-293-6 – Nº 9/2004
EDITA: Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial

EL CONDE DE GABALÍS de Montfaucon de Villars y EL SILFO de Claude Crébillon
De silfos y humanos

Prólogo de FRANCISCO JAVIER HERNÁNDEZ
Traducción, introducción y notas de MARÍA TERESA RAMOS GÓMEZ

De Silfos y humanos presenta los dos primeros textos sobre espíritus elementales de la literatura francesa. En El Conde de Gabalís, de Montfaucon de Villars, la conversación entre un ferviente cabalista y un narrador escéptico nos descubre insospechados misterios sobre los otros seres que pueblan el mundo creado, con los que el hombre puede y debe relacionarse: los espíritus elementales, Silfos, Ondinas, Gnomos y Salamandras. Gabalís describe las cualidades de los hijos nacidos de los amores entre humanos y elementales, y los secretos de la historia -tanto sagrada como profana-, desvelados ahora gracias a la interpretación cabalística.

Esta obra irónica, que se atrevió a descubrir la solidez de lo comúnmente aceptado como verdadero, obtuvo al parecer en 1670 un éxito extraordinario, marcando un auténtico hito en la historia de la literatura que trata de las relaciones del hombre con lo sobrenatural.

En la fecunda estela que deja El Conde de Gabalís aparece en 1730 El Silfo, de Crèbillon; el espíritu aéreo enamora a una dama que nos narra su noche de amor, en un relato que se sitúa en la frontera entre lo real y lo imaginario, en la fascinación seductora de la ensoñación amorosa.

 


 

 

PRÓLOGO
 
 
Yo no sé si a estas alturas de nuestra Historia cultural cabe hacer todavía una reivindicación de la literatura fantástica como una de las corrientes más densas y caudalosas que hayan conformado nuestro pensamiento, nuestra sensibilidad y nuestro imaginario. El trabajo está ya hecho, y varios ilustres eruditos (Caillois, Viatte, Vax, Schneider, Bessière) han demostrado de forma brillante y convincente esta evidencia. Es cierto que, en lo que respecta a las Literaturas alemana y anglosajona, la cuestión parece zanjada desde siempre, gracias al prestigio indiscutible de autores como Hoffmann, Poe o Lovecraft. Sin embargo, en lo que concierne a la Literatura francesa, las cosas no han sido tan fáciles, y no es hasta mediados del pasado siglo XX cuando se ha reconocido plenamente la existencia de una importante corriente irracionalista. Para ello se ha tenido que desmontar, matizar y completar la imagen tópica de una Literatura francesa esencialmente clásica, fiel a los principios de Boileau, que tendría en la época de Luis XIV su esplendoroso apogeo, continuado, si no ideológicamente, sí estéticamente por el siglo XVIII. La identificación del espíritu francés con el equilibrio y la claridad, patente en la famosa frase de Rivarol, “ce qui n’est pas clair n’est pas français” , ha hecho olvidar a menudo la otra cara de las letras francesas, que desde las “fatrasies” medievales ofrece la fulgurante atracción de lo absurdo e ininteligible. Ya Lessing en la Dramaturgia de Hamburgo decía que un fantasma de Voltaire no podía compararse con un fantasma de Shakespeare; y un especialista francés de la materia, Louis Vax, concluye quizá sumariamente: “les Français n’ont pas la tête fantastique” .

Y sin embargo esto no es totalmente exacto; pues no hay que buscar muy lejos ni muy profundamente para encontrar esta maravillosa veta subterránea, insólita y perturbadora, seguida por autores franceses de casi todas las épocas, destacando sobre todo a partir del Romanticismo, movimiento importado de Alemania e Inglaterra, con Nerval, Nodier y especialmente Théophile Gautier, quien en su libro Les Grotesques, hará la primera reivindicación seria de los llamados “irregulares”. Pero la palabra definitiva la tiene ya en el siglo XX un escritor tan poco sospechoso de anticlasicismo como Paul Valéry:

“Rayez de l’existence ces poètes confondants, ces hérésiarques, ces démoniaques, ôtez ces précieux, ces lycanthropes et ces grotesques ; replongez les beaux ténébreux dans la nuit éternelle ; purgez le passé de tous les monstres littéraires, gardez-en l’avenir et n’admettez enfin que les parfaits, contentez-vous de leurs miracles d’équilibre; alors je vous le prédis : vous verrez promptement dépérir le grand arbre de nos lettres ; peu à peu s’évanouiront toutes les chances de l’art même que vous aimez avec tant de raison”

Como ocurre frecuentemente en cuestiones de Historia literaria, la aparente dificultad puede ser simplemente cuestión de cronología. ¿Cuándo aparece en realidad un movimiento o tendencia, que tiene a veces raíces lejanas o que empieza a ofrecer signos precursores en los cambios de mentalidad anteriores a su definitiva eclosión? Esto es lo que ocurre en el siglo XVIII francés, continuador en muchos aspectos –pero no en todos- del “Grand Siècle” anterior. A una visión monolítica de dicho siglo –el siglo de las Luces, de la Ilustración, de la Enciclopedia-, que solamente tenía en cuenta la impronta racionalista que indudablemente posee, le ha sucedido una interpretación mucho más matizada que reconoce la existencia de un pensamiento y de una sensibilidad menos rigurosamente cartesianos. El siglo de las Luces nos ofrece así sus zonas de sombra, como afirma Georges Gusdorf en un libro de título revelador: “On ne peut radicaliser l’alternative Lumières-Ombres. Il n’y a pas de rationaliste à cent pour cent ni d’irrationaliste, en dehors des hôpitaux psychiatriques » .

El siglo XVIII transcurre empeñado en una lucha constante de la razón contra todo tipo de supersticiones y creencias, incluidas las religiosas; lo cual no impide que dichas creencias existan y persistan. Montesquieu, en la carta LVIII de sus Lettres Persanes (un documento esencial para conocer la época en que fue escrita la novela, publicada en 1721), arremete contra la proliferación de alquimistas, brujas, adivinos y todos aquellos cultivadores de ciencias secretas “que te prometen que van a hacer que te acuestes con los espíritus aéreos, a condición de que no hables con mujeres durante sólo treinta años” . Cuestión de cronología, pues; las Lettres Parsanes están escritas en el primer cuarto del siglo XVIII, el triunfo de las ideas ilustradas se sitúa a mediados del mismo siglo, y es en los últimos treinta años cuando tiene lugar el advenimiento de la literatura fantástica en Francia con Le Diable amoreux de Cazotte (1772), obra a la que seguirán entre otras Vathek de William Beckford y Manuscrit trouvé à Saragosse de Jan Potocki, curiosamente escritas en francés por autores extranjeros. Pero con anterioridad a 1772 existen obras que juegan con los límites entre realidad e imaginación, como La Poupée de Jean Galli de Bibbiéna (1747) o las dos que componen esta edición, a las que podemos considerar, conjuntamente con los cuentos de hadas de Perrault y sus sucesores, o las Mil y una noches (que se conocieron en Occidente gracias a la traducción del erudito francés Galland en los albores del siglo XVIII), como la prehistoria o el tronco común de toda la literatura maravillosa y fantástica posterior.

Sin embargo, en ellas no aparece aún el componente trasgresor y subversivo, característico de todo lo que vendrá después. Dos de los más reputados especialistas en la materia coinciden casi literalmente en la definición de lo fantástico: mientras que para Caillois es “la irrupción de lo maravilloso en lo cotidiano”, para Castex el “la intrusión brutal del misterio en el marco de la vida real”. En ambos casos, lo fantástico está determinado por una transformación radical de nuestra relación con el mundo por cuanto hace intervenir lo que escapa a nuestra percepción sensorial y a nuestra inteligencia racional. Ante esta intrusión brutal del misterio, el hombre es dominado por un desasosiego a veces escalofriante –la “inquietante extrañeza” de la que hablara Freud -, sin saber si aquello es un producto de la imaginación, un desvarío de los sentidos, o bien la prueba de la existencia real de otro mundo poblado por criaturas fantásticas y regido por leyes que desconocemos.

Tanto en Le Comte de Gabalis del abate de Villars (1670) como en Le Sylphe (1730) de Crébillon hijo se encuentran muchas de las características inaugurales del relato fantástico, unidas a las de las respectivas épocas en las que fueron escritas dichas obras. Le Comte de Gabalis aparece el mismo año que Berenice de Racine y que Les Pensées de Pascal, pocos años después de la polémica suscitada por Le Tartuffe de Moliére. Es, por consiguiente, una época dominada por la religiosidad, al menos en el ámbito de la sociedad dominante, lo que obliga al abate a un refinado ejercicio de ambigüedad. Le Comte de Gabalis, que lleva el subtítulo de Entretiens sur les Sciences Secrètes, se presenta aparentemente como una crítica del ocultismo, pero esta crítica es tan leve que una lectura desde nuestra sensibilidad moderna revela otras intenciones. En efecto, si contraponemos el talante moderadamente escéptico del narrador con el apasionado discurso del misterioso visitante maestro en ciencias secretas, que trata de inculcar a aquél sus conocimientos, no sabremos a ciencia cierta a qué carta quedarnos. Tanto más cuanto que el escepticismo irónico del narrador se transmite subliminalmente al plano sobrenatural de las creencias religiosas. Como afirma Michel Delon, “on se croit en pleine théologie et on se retrouve dans un conte de fées » , un cuento de hadas que nos transporta a un mundo de criaturas maravillosas, Gnomos, Silfos, Ondinas y Salamandras, constituidas por “las más sutiles partes” de cada uno de los cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego; unos seres que, invisibles e intangibles, si así lo desean se muestran a los humanos para relacionarse con ellos de forma placentera. El escalofrío terrorífico inherente a la literatura fantástica está aún por llegar.

Estas relaciones placenteras entre los humanos y las criaturas elementales tan abaladas por el ocultista en Le Comte de Gabalis son el tema del cuento de Crébillon hijo, Le Sylphe ou Songe de Madame de Rxxx, en el que predomina el elemento libertino, tan patente en las novelas del mismo autor. La originalidad de Le Sylphe –diálogo trascrito en forma de carta, dos constantes en la narrativa del XVIII- es el juego de la seducción por parte de una criatura a mitad de camino entre los ingenuos espíritus mágicos tradicionales y los experimentados personajes, maestros en materia amorosa, de tantas novelas de la época. El encuentro entre el espíritu y la dama discurre por caminos muy alejados de “las ensoñaciones que el Conde de Gabalís ha difundido”, y se acerca peligrosamente a las maniobras de seducción de los relatos eróticos y galantes. El Silfo sabe adaptarse con palabra maestra al ritmo impuesto por los pudores y los deseos de la dama, la cual no sabe muy bien si aquello que le sucede es la auténtica realidad o una mera ilusión. La brusca irrupción de la camarera dejará sin respuesta las dudas que se ciernen sobre la naturaleza de este espejismo amoroso. Tanto Le Sylphe como Le Comte de Gabalis juegan, pues, con la realidad y sus límites; el personaje del abate de Villars explica en qué consiste la realidad que desconocemos, y la condesa de Crébillon aporta su experiencia personal. Ambas obras se sitúan así en ese umbral de lo fantástico.

La dedicación investigadora de la profesora María Teresa Ramos a la literatura fantástica ha sido constante y fructífera. Desde su Tesis Doctoral sobre la literatura fantástica prerromántica francesa, publicada con el título de Ficción y fascinación, hasta los esclarecedores estudios sobre Cazotte, Bibbiéna, Mme de Genlis, Mme Fagnan o Jean-Louis Bouquet, sus aportaciones a la bibliografía sobre el tema pueden considerarse imprescindibles. También es autora de una traducción al español de La Poupée de Galli de Bibbiéna. Ahora nos ofrece por primera vez traducidas al español estas dos pequeñas joyas de la literatura fantástica francesa.

Francisco Javier Hernández

 
 
 
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