Disbabelia (Número 18 – Año 2011)

ISBN: 978-84-8448-611-4 – Nº 18/2011
EDITA: Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial

 

ROBERT BRINDLE
Memorias de un estudiante inglés
en la Guerra de la Independencia

Edición bilingüe y notas de PILAR GARCÉS GARCÍA

Introducción histórica y notas de LUIS ÁLVAREZ CASTRO

Presentamos en este libro una edición bilingüe (en el original inglés y castellano) del manuscrito inédito de Robert Brindle Memoirs: A Brief Account of Travels in Spain, conservado en el archivo del Colegio Inglés de Valladolid. Mientras estudiaba en dicha institución, Brindle fue testigo de las revueltas sociales y la ocupación militar francesa que dieron comienzo a la guerra de la Independencia española (1808-1814). Dada su condición de ciudadano británico en una ciudad controlada por las tropas napoleónicas, Brindle junto a otros estudiantes escapó en el verano de 1809 hacia Portugal con la ayuda del célebre guerrillero el Empecinado, quien les proporcionó un pasaporte para que no les tomaran por espías. Tras una penosa travesía a pie que se prolongó casi tres meses, Brindle y su grupo consiguieron embarcar en Lisboa con rumbo a Inglaterra. El relato de esta aventura constituye el contenido de sus memorias, fechadas en 1810 y nunca publicadas hasta la fecha.

En esta edición, el texto primario viene precedido por una introducción que analiza su contexto histórico y literario, y también se han añadido a las versiones en castellano e inglés notas explicativas con el fin de facilitar su comprensión a los lectores contemporáneos. Esta obra representa una valiosa aportación al conjunto de estudios sobre la guerra de la Independencia, de la cual se celebra ahora el bicentenario: frente a las numerosas crónicas escritas por militares que se vienen reeditando, aporta la original perspectiva de un estudiante que ya residía en España antes de que estallara la guerra.


Pilar Garcés García, doctora en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid, es profesora titular en el Departamento de Filología Inglesa y Vicerrectora de Relaciones Institucionales de la Universidad de Valladolid. Entres sus diversas publicaciones sobre literatura y cultura inglesa y sus relaciones con la española destacan el libro El viaje de un estudiante inglés en el siglo XIX: Desde Durham al colegio de San Albano en Valladolid (2001) y los artículos “Impresiones de un estudiante inglés en la España del siglo XIX” (1998) y “The works of Cervantes in the English College of Valladolid” (2007) y el artículo sobre el primer estudio del manuscrito de Brindle titulado “Las impresiones de un viajero inglés en la España del siglo XIX”. Revista: ES (English Studies) Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid nº21, 1998: 197-205.

Luis Álvarez Castro, doctor en Filología Española por la Universidad de Valladolid y doctor en Literatura Española por la Universidad Estatal de Ohio (EE.UU.), es profesor de literatura española en la Universidad de Florida. Su campo de investigación se orienta principalmente al siglo XIX y en la actualidad prepara varios estudios sobre las huellas literarias de la guerra de la Independencia. Entres sus publicaciones destacan los libros El universo femenino de Ángel Ganivet (1999) y La palabra y el ser en la teoría literaria de Unamuno (2005)


 

 

PRÓLOGO
 
Robert Brindle dentro de la Generación de 1808
 
CELSO ALMUIÑA
Catedrático y periodista
 
 
  La campana de ese rebato glorioso no suena sino cuando son muchos los corazones dispuestos a palpitar en concordancia con su anhelante ritmo, y raras veces presenta la historia ejemplos como aquél, porque el sentimiento patrio no hace milagros sino cuando es una condensación colosal, una unidad sin discrepancias de ningún género, y por lo tanto una fuerza irresistible y superior a cuantos obstáculos pueden oponerles los recursos materiales, el genio militar y la muchedumbre de enemigos. El más poderoso genio de la guerra es la conciencia nacional, y la disciplina que da más cohesión, el patriotismo (Pérez Galdós, Episodios Nacionales [edic. De 1976]: serie 3, pag. 153).
 
 
El término “generación” ha sido creado historiográficamente para referirnos a los españoles de finales del siglo que protagonizan de una u otra forma la pérdida a finales del siglo XIX de los restos del imperio español y que tratan, por otra parte, de encarar el futuro desde planteamientos reformistas (regeneracionistas). Concepto muy criticado, posiblemente abusivamente utilizado, pero también mal entendido en no pocos casos. Pues bien, dejando de lado el controvertido término, no me cabe la menor duda que con más propiedad se puede utilizar dicho término para referirnos al conjunto de personas que en el paso del siglo XVIII al XIX cristalizan en la búsqueda de un denominador común (libertad) y que bien podemos bautizar como Generación Liberal y, en el caso español, Generación de 1808.

Es verdad que dentro de ellas las metas a seguir son distintas y aun encontradas: Liberalismo/ Antiguo Régimen; pero también no es menos cierto que comparten tanto en el espacio americano (Trece Colonias) como en España el lograr la “independencia” (de Inglaterra y de Napoleón respectivamente) y/o sobre todo implantar el nuevo modelo liberal de organización social. Desde la generación norteamericana, que lucha y consigue su independencia (1875-83), hasta la española que cristaliza en 1808, pasando obviamente por el gran motor francés, encontramos en este cuarto de siglo, con todas las contradicciones que se quiera, toda una generación cuya meta es tratar de implantar el nuevo y revolucionario modelo liberal, con las peculiaridades de cada caso del reciente nacionalismo.

Inglaterra no se queda al margen de este gran torbellino, con un modelo sui generis, que en puridad no se puede calificar abiertamente de liberal. La independencia de la Trece Colonias obviamente le afecta muy directamente; pero no menos la intentona napoleónica de bloquear su comercio, invadirla y someterla. Bien es verdad que la Isla no pudo ser invadida, pero los efectos en la población inglesa, y no solo en los combatientes, es enorme. También esta generación, de una y otra forma, sufre lo suyo; aunque no tanto como la española en cuyo suelo se produce el choque militar de las dos grandes potencias de la época: Francia e Inglaterra.

Una generación muy compleja la española, puesto que se entrecruzan posicionamientos reaccionarios (legitimistas), absolutistas, reformistas (tercera vía), liberales patriotas, y afrancesados. Cada uno se propone objetivos diversos y hasta contradictorios: Para los legitimistas (providencialistas), se trata de aprovechar la guerra (castigo divino) para dar una fuerte corrección a la desviacionista política ilustrada; mientras, los absolutistas intentan volver a recuperar el poder y privilegios del pasado (sociedad estamental), que ven amenazados; para los reformistas (jovellanistas), por evoluciones lentas; por otra parte, tampoco los rupturistas (subvertidores de orden tradicional), los que apuestan por el modelo liberal, tampoco están unidos a la hora de la acción: los patriotas (doceañistas) consideran traidores a la patria a los afrancesados, sean simples colaboracionistas o convencidos volterianos. Sin embargo, todos se hallan embarcados en el mismo barco en medio de la tempestad que arrecia desde Francia y empuja desde minorías de inquietos heterodoxos españoles.

Así, la Guerra de la Independencia no es solo el momento en que se pone a prueba la caduca sociedad estamental y su forma de gobernarse, sino también el modelo económico-social, organización política, ideología sustentadora, cultura, formas de vida, etc. Dos cosmovisiones enfrentadas. Período crítico, no lo olvidemos, en que se van a poner las bases de la nueva sociedad contemporánea. Parto largo, difícil y muy complejo, que supone el punto de arranque de las “dos” Españas.

Sabemos que las viejas estructuras viejoregimentales se vienen abajo ante la sola presencia de los franceses: claudicación y entrega de todo el viejo aparato político, desde los monarcas pasando por la corte, capitanes generales y demás mandos del viejo aparato absolutista. Vacío total de poder. El pueblo abandonado a sus desdichas.

La Iglesia, que se juega mucho en el envite, según ha podido comprobar en la Francia revolucionaria, apuesta a fondo por la confrontación, puesto que para ella no es tanto una cuestión de amoldarse a un cierto modus vivendi, como lo podía ser para el aparto político, sino el jugarse, a su entender, su propia existencia dentro del “satánico” modelo liberal. La Guerra de Independencia no se puede entender sin la participación activa y decidida de la Iglesia, desde la prédica más encendida hasta echar mano (algunos) del trabuco. El clero rural, en contacto directo y desde siglos con sus parroquianos, juega un papel de primer orden para levantar a paisanaje contra los impíos franceses.

Posiblemente se haya mitificado un tanto el papel del “pueblo” en la lucha para expulsar de España a los “traidores” franceses: desde el 2 de mayo hasta los mismos guerrilleros. Sin embargo, en todo caso, su papel es clave. Menos atención se ha prestado a otros muchos aspectos dentro de lo que podemos denominar “guerra total” contra el traidor-invasor. Las formas de oponerse, desgastar, luchar, son muchas y muy variadas. Hay un catálogo amplísimo, que se puede/debe completar con investigaciones locales; puesto que en cada espacio, dadas sus peculiares características, las formas adoptadas son muy diversas. Lo que sí parece claro es que sin la participación decidida de amplias capas de la población la expulsión de los franceses no hubiese sido posible o se hubiese retrasado bastante más.

Las tropas aisladas (inglesas-portuguesas), sumadas al ejército regular español, poco hubiesen podido hacer frente al monumental, bien pertrechado y organizado ejército napoleónico, si no hubiesen contado con las controvertidas partidas guerrilleras; pero también con el amplio consenso/apoyo de los pueblos. Sin embargo, la actitud popular llegada a la mitad del “quinquenio libertador” – particularmente en 1812- por el esfuerzo exigido comienza a flaquear en puntos y capas sociales distintas. No obstante, el final es bien conocido: expulsión, sí; pero también triunfo del rancio legitimismo. Se gana la batalla militar (Guerra de Independencia); pero se pierde la ideológico-social, al menos por mucho tiempo. Fernando VII, enarbolando el trasnochado absolutismo (legitimismo), es reinstaurado en el trono al son de orquestados “vivas” populares. El Deseado se convierte en abanderado del más rancio reaccionarismo.

Gran parte de este drama ha sido recogido por diversos “diaristas” de la época; por desgracia, no por tantos ni, en no pocos casos, sus escritos han llegado íntegros hasta nosotros. Así sucede con las interesantes páginas de Robert Brindle: Memorias: Breve relato de viajes por España. Escritas por este seminarista católico inglés que viene a cursar la carrera eclesiástica a Valladolid (Colegio San Albano). Y se ve implicado, contra su deseo, en la vorágine que nosotros llamamos Guerra de Independencia; mientras el resto de las historiografías designan como Guerra de España contra Napoleón.

Este tipo de relatos de primera mano tiene el inmenso valor de recoger de forma directa, podríamos decir, a pie de calle, lo que piensa y siente la opinión pública ante hechos reales o supuestos, los consiguientes rumores (voces vagas), temores y reacciones. Es un inmejorable baremo para medir los vaivenes de la opinión y especialmente en una época de profunda crisis como es este quinquenio de ocupación militar y guerra cruel en los campos españoles.

De ahí que lo recogido por Brindle de la propia calle y/o de las fuentes colegiales (eclesiásticas) tenga un enorme valor; incluso es más revelador históricamente cuando da datos exagerados, que cuando afina; porque pone de manifiesto cuál es la información (propaganda) que tiene el pueblo y sus reacciones. A modo de ejemplo, afirma que los franceses llegan a tener en España 700.000 soldados, cuando por lo que sabemos hay que reducirlos a menos de la mitad, la consecuencia que extraemos es que mayor es la osadía (valor) del pueblo español al levantarse contra el real y aun contra el supuesto (exagerado) ejército napoleónico; en todo caso, el primero de la época con diferencia. Y la misma narración de la batalla de Cabezón (junio de 1808), muy mal capitaneada por (García) de la Cuesta, que termina con un fiasco tremendo para el ejército español y no menos para el “batallón literario” -nucleado en torno a los estudiantes de la Universidad- que termina profundamente diezmado físicamente y no menos moralmente.

No hay que olvidar que cuando Napoleón pasa por Valladolid (enero de 1809) le acompaña nada menos que un ejército entre 50/60.000 hombres; o sea, tres veces más que los habitantes que tenía la ciudad de Valladolid entonces (20.000). Echemos cuentas, si nos permitiésemos una licencia anacrónica, y veríamos que sería más de un millón de hombres en la actualidad.

De Juan Martín, El Empecinado, parece estar “enamorado”; pero no hace más que recoger (aparte de dar algunos datos falsos) el sentimiento popular con respecto al indiscutible héroe guerrillero: una persona del pueblo, convertido en personaje (patriota), que se supone encarna las virtudes de bravura e independencia de los españoles. Mitificación, puede; pero precisamente esa opinión pública se convierte en un poderoso agente histórico (motor) de movilización social. Tiene la descripción de Brindle además todos los elementos del incipiente romanticismo, cuya finalidad es desencadenar pasiones y levantar al pueblo contra los malvados (traidores) e impíos franceses.

Si el lector me permite la disgresión, pido que me permita describir lo mejor que pueda el carácter y aspecto de este notable patriota. Su verdadero nombre es Juan Martín; el apodo Empecinado significa manchado con cieno, y se le dio porque su cara parece haber sido manchada con pecina, debido a las ramificaciones de sangre coagulada. Al comienzo de su vida escogió la peligrosa profesión de contrabandista o estraperlista pero unos años antes de que llegaran los franceses se había reconciliado con la ley de este país, y se había establecido como un honrado granjero en Aranda de Duero en Castilla la Vieja. Se había ganado la estima de sus vecinos y conocidos por su buena conducta y actitud cristiana. Y si la perversa crueldad de los franceses no hubiera despertado sus recónditos aunque naturales instintos, el intrépido general habría vivido y terminado sus días como cualquier otro humilde padre de familia. Su mujer fue asesinada ante sus propios ojos, sus hijas fueron maltratadas de la manera más brutal y vergonzosa; su propiedad fue saqueada y destruida; y de un estado de prosperidad y bienestar doméstico pasó a la más absoluta de las miserias, sin mujer ni hijos que le consolaran en su desgracia.

Llama la atención, por otro lado, aparte de otras muchas consideraciones, en la descripción que hace Robert Brindle de sus peripecias en su huida hacia Portugal-Inglaterra: primero, el miedo de los pueblos a los espías e inmediatamente y de forma constante la falta total de alimentos, las hambrunas sin cuento. Hay que tener en cuenta que son tres ejércitos (español, inglés y portugués), más los guerrilleros y muchos otros que aprovechan el río revuelto los que viven a costa del ya de por sí empobrecido campesino; puesto que los años inmediatamente anteriores a la guerra habían sido de gran escasez por nefasta coincidencia de varias plagas.

La hambruna causada por la rapiña de los hombres en armas queda perfectamente visualizada en la entrada en Portugal de Brindle y sus compañeros de viaje: Ingleses, portugueses y franceses se habían estado persiguiendo unos a otros durante tres o cuatro meses y cada uno de ellos, sucesivamente, había actuado del mismo modo, esto es, asolando el país y destruyendo todo aquello que pudiera contribuir a hacer la vida más llevadera.

Por cierto que los ingleses no eran percibidos de forman tan benévola en Portugal como en España, pese a su arrogancia y a los innumerables desmanes cometidos, aparato productivo incluido.

Y, sin embargo, se destaca claramente la generosidad de la mayor parte de los pueblos españoles y sus vecinos para socorrer a todo enemigo de los franceses. Lugar en el que no quedan tan bien los portugueses: Los portugueses no eran tan hospitalarios como los pobres españoles. Tampoco se muestran benévolos con los mismos ingleses, incluidos los católicos.

En resumen, hay que deplorar, en primer lugar, la pérdida de páginas del manuscrito original; pero, en todo caso, las que tenemos son muy reveladoras para comprender la opinión pública reinante (la voz del pueblo) y los avatares (sufrimientos) cotidianos de esa generación liberal, nuestra Generación de 1808. Por eso, debemos agradecer la documentada publicación de este manuscrito por parte de Pilar Garcés, así como la recreación del contexto histórico de Luis Álvarez, puesto que su valor no es únicamente para los estudiosos del tema, sino también para todos aquellos que quieren acercarse de forma viva y directa a las muchas cuitas, dificultades de todo tipo, sufrimientos sin cuento, etcétera que les toca vivir a los españoles de comienzos del siglo XIX que alumbraron (parto dramático) nuestra actual sociedad. Es sin duda, uno de los momentos claves de nuestra evolución histórica. Muy por encima de otros que tradicionalmente (historiográficamente) se les viene considerando como punteros. Estos sí que son años realmente claves de nuestra historia.
 
 
 
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